martes, 20 de noviembre de 2012

Pozas de Xilitla.


Existe en México un jardín oculto entre la frondosa selva de la Sierra Madre Oriental. Un lugar salido de la surrealista mente de un personaje excéntrico y singular que un buen día, decidió hacer realidad sus delirantes quimeras levantando, entre palmeras, musgos y cataratas, uno de los lugares más insólitos que se pueden encontrar en nuestro planeta.
Para contaros un poco la historia de este lugar, extraigo el texto escrito por Natalia Tubau en su libro “Guía de arquitectura insólita”, obra de lectura obligatoria para todos aquellos amantes de estos lugares increíbles.



¿Quién podría imaginar que en su delirio arquitectónico un ciudadano británico acabaría levantando una ciudad misteriosa en medio de la selva mexicana?
El complejo construido por Edward James (1907-1984) parece un vestigio de una antigua civilización, pero no lo es. Las Pozas de Xilitla o Casa del Inglés, debe su nombre a las pozas o piscinas naturales del terreno, son el resultado del capricho surrealista de un aristócrata con casi tanta fantasía como dinero.
El complejo parece nacido de la materialización de los antiguos grabados de Piranesi, previamente pasados por los cuadros de Escher, la arquitectura precolombina y una pizca de orientalismo. Una especie de jardín fantasmagórico y deshabitado que emerge en el exuberante entorno de la selva de San Luis de Potosí. Está formado por extrañas construcciones que recuerdan a ruinas misteriosas e intrincadas, como si fueran los restos de una enigmática civilización perdida.


James, mecenas artístico (Dalí, Picasso, Man Ray, Leonora Carrington, Magritte y Stravinsky estaban entre los artistas a los que financió durante años) y probable nieto bastardo de Eduardo VII, descubrió el paraje y concibió el proyecto durante unas vacaciones en la selva mexicana. El paso siguiente fue adquirir 30 hectáreas de terreno, un antiguo cafetal, y dedicar más de dos décadas a hacer realidad su alucinado sueño. Según sus propias palabras: “Construí el santuario para que fuera habitado por mis ideas y mis quimeras”.
Levantó columnas que no sostienen nada, escaleras que no conducen a ninguna parte, puertas que se cierran o abren al aire, y tallas de piedra de formas caprichosas. Además, pobló su estrambótico paraíso selvático con animales salvajes en libertad. Solía pasear desnudo por sus posesiones, acompañado de una cohorte de criaturas domésticas. Tras su muerte, la selva ha iniciado la reconquista del terreno; el musgo y las lianas contribuyen también, a su anárquica e imprevisible manera, a perfilar con nuevo aspecto la obra de James.




La estructura más espectacular es la llamada Casa de los Peristilos, concebida por James con la idea de convertirse en su vivienda. Tiene 9 metros de altura y nunca llegó a verla terminada. Reformada, ahora es la residencia del nuevo propietario, el arquitecto Christopher H. L. Owen, y junto con dos de las estructuras secundarias, y que se consideran las obras cumbre de James, la Casa de las Plantas y el llamado Homenaje a Marx Ernst, forma parte de la zona privada, vedada al público.
Sir Edward James definió su obra como “una casa que tiene alas y en la noche canta“. Creo que no se puede definir mejor el lugar que como él lo hizo

























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